Platón y Masonería: de los opuestos al necesario retorno a una masonería mítica.
Seria innecesario referir a estas alturas mi
predilección por el Fedón de entre los diálogos platónicos. Y quizá sea por
ello que su relectura me depara momentos gratos de grave reflexión. En muchos
casos esta reflexión me remite a tópicos de la francmasoneria, sea porque ésta tiene una
genética platónica por excelencia, sea porque la versatilidad simbólica de la masonería así lo permite.
Cualquiera sea el caso, hoy quiero detenerme en este significativo párrafo:
“¡Qué
extraño, amigos, suele ser eso que los hombres denominan ‘placentero’! Cuán
sorprendentemente está dispuesto frente a lo que parece ser su contrario, lo
doloroso, por el no querer presentarse al ser humano los dos a la vez; pero si
uno persigue a uno de los dos y lo alcanza, siempre está obligado, en cierto
modo, a tomar también el otro, como si ambos estuvieran ligados en una sola
cabeza. Y me parece, dijo, que si Esopo lo hubiera advertido, habría compuesto
una fábula de como la divinidad, que quería separar a ambos contendientes,
después de que no lo consiguió, les empalmo en un mismo ser, y por ese motivo
al que obtiene el uno, le acompaña el otro también a continuación.”[i]
Del mismo extraigo dos tópicos masónicos que juzgo
relevantes. El primero de ellos remite a la teoría de la armonía de los contrarios,
constante en el pensamiento griego y que aquí encuentra una concreción
platónica. En otro post de este blog me he detenido a analizar la relación de
los opuestos con el ternario masónico, por lo que me remito a lo allí expuesto[ii].
No obstante, esta referencia platónica de dos contrarios unidos en una misma
cabeza, o dos seres empalmados en uno, constituye una imagen que el simbolismo
humanista no tardara en hacer proliferar en una iconografía profusa, y en la
que la masonería abrevará hasta tomar como símbolos propios ideografías de
viejo cuño pero inspiradas en esta perenne filosofía griega, platónica por
demás.
El segundo tópico, se desprende necesariamente del
anterior. Quiero decir que es tal la fuerza de la imagen que Platón pone en
boca de Sócrates, que éste se ve impelido a referir que el mismo Esopo habría
compuesto una fábula sobre la misma. Y es acá mismo en donde la vinculación con
la francmasonería cobra un vigor que puede pasar desapercibido si se vive el
Arte de un modo acrítico y sin ahondar en sus raíces filosóficas.
La masonería se encuentra vertebrada en un
conjunto de símbolos que se articulan progresivamente en emblemas que trasuntan
un relato mítico, de un modo deontológicamente graduado. Los ritos son varios y
variopintos, conforme a una mayor o menor ideología religiosa, esotérica (a
veces en el más triste de sus sentidos) o pragmática, pero siempre su columna
vertebral (es decir, su sentido más genuino) ha de pasar por un relato dotado
de un contenido moral. Las nociones entre símbolo, signo, señal, parábola,
metáfora, fábula, analogía, etc., serán distinciones precisadas y profundizadas
a partir del renacimiento con un esmero muy fructífero, pero teniendo como
antecedente obligado esta necesidad de representar ideográficamente valores a
los que no se puede acceder sino a partir de una seria actitud filosófica ante
la vida. La masonería, hija tardía de
aquellas sociedades cristianas del renacimiento que pretendían una regeneración
humana global en base a modelos sociales idealizados, hará suyas estas
inquietudes a través de una ideografía particular, tendientes a ilustrar un
relato mítico en torno a la leyenda salomónico-hirámica. La nota distintiva de
la francmasonería es que dotará a este relato mítico, simbólicamente ilustrado,
de una representación escenográfica en ritos estructurados de un modo gradual y
con un sentido deontológico basado en la catarsis griega.
Pero a poco que un francmasón lea el texto
platónico de marras, en donde aparece un Sócrates próximo a beber la cicuta
enseñando que la filosofía no es otra cosa que una preparación para la muerte,
y entre cuyas enseñanzas vitales se encuentra este fuerte llamado a la
reflexión filosófica sobre los opuestos, no podrá dejar de sentir la proximidad
con la ritualidad masónica, estructurada deontológicamente hacia una
preparación para la muerte simbólica con un sentido de trascendencia. Solo que en el caso
de la masonería, la necesidad de una fábula aparece ya elaborada con forma de
mito: el mito salomónico-hirámico, en donde la muerte viene a coronar una
sucesión de grados simbólicos y a elaborar un mito trascendental de
resurgimiento como respuesta al horror
vacui que la sola idea de muerte suscita.
Pienso que si los francmasones recuperáramos el
sentido de la reflexión sobre nuestros ritos poniendo énfasis en una visión
mítica volveríamos a encausar a la orden en su finalidad filosófica, y
dejaríamos atrás tantos desvaríos esotéricos y confusiones religiosas que son
del todo ajeno al espíritu genuino del Arte. En este sentido, quizá sea
imperioso retomar la lectura de Platón y dejar de lado tanta literatura
fantasiosa que resta gravedad a la institución francmasónica. Más Platón y
menos Dan Brown podría ser una buena receta.
Y quizá, insistiendo sobre la idea de los opuestos,
sea esta crisis de perspectiva la que nos lleve seguidamente a la otra, a la
filosófica, y pasen de ser las logias clubes sociales centrados en sus pequeñas
intrigas internas, a verdaderas usinas de ideas que nos ayuden a los hombres a
reencontrarnos con aquellos mitos que doten de sentido moral nuestro camino
hacia la muerte, nuestro transito por esta vida.
Porque, parafraseando nuevamente a Sócrates, tal
vez sea de lo más conveniente para quien es consciente de su viaje hacia la Nada
ponerse a examinar y a relatar mitos acerca del viaje hacia ese lugar, de qué
clase suponemos que es. “¿Pues qué otra
cosa podría hacer uno en el tiempo que queda hasta la puesta del Sol?”[iii]
[i] Platón, Diálogos, III, Fedón, trad.
y notas por Garcia Gual, Martinez Hernandez, Lledo Iñigo, Ed. Gredos, 1988, p.
31.-
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