¿Una crítica al lenguaje emblemático del S. XVI extensible a la Francmasonería de hoy? - Primera parte -
En un excurso que Roberto Calasso realiza en su notable libro «Los Jeroglíficos de Sir Thomas Browne» se nos informa de manera sólida y documentada sobre el origen y proliferación de la «emblemática» del S. XVI, es decir de aquel intento en los albores de la modernidad de hablar por medio de Jeroglíficos, así como de su vinculación con el neoplatonismo y el movimiento hermético de raíz pretendidamente egipcia. La fuerza de esta nueva cosmovisión en la comunicación afectará, como dice su autor, las gestas de los nobles, de los doctos y de los reyes; la poesía e incluso hasta la incipiente ciencia, pues «los científicos leen los jeroglíficos de la naturaleza y los libros de alquimia hablan mediante jeroglíficos». (1)
La fundamentación de esta digresión se apoya en textos notables de la época y su censo comprende los Hieroglyphica de Valeriano, su homónimo de Horapolo, el Oedipus aegyptiacus de Athanasius Kircher, los Emblemata de Andrea Alciato, el Hipnerotomacchia Poliphili de Francesco Colonna y el Arcana arcanissima, hoc est hieroglyphica aegyptio-graeca de Michael Maier. Para Calasso, algunos de estos libros constituyen verdaderos «osarios del simbolismo». (2)
La razón de este pesimismo parece residir quizá no tanto en el hecho de que luego del desciframiento de la lengua egipcia por el francés Champollion la fantasía en torno a los jeroglíficos careciera de rigor científico, sino en el tránsito del rico mundo de los símbolos, visto como un lenguaje mudo o lenguaje de ideas, al mundo de los emblemas entendiendo a este proceso como el de la «progresiva devaluación de la imagen y, paralelamente, de su proliferación ciega». (3)
Conviene a este respecto citar textualmente a Calasso: «Las imágenes ya no se reconocen por lo que son -o sea, potencias inagotables por parte del discurso- sino que se pretende, al contrario, traducirlas directamente y sin residuo en un discurso particular, más bien pobre de términos, rígido y someramente formalizado, como es el lenguaje de las máximas morales humanísticas. Por ese motivo la desproporción y el rechinido entre imagen y palabra. Quien abra un libro de emblemas teniendo abierto el ojo de la imaginatio vera queda impactado inmediatamente por la fuerza y la riqueza de significado de ciertas imágenes. Pasando a la lectura del texto, se tiene una impresión de azoramiento, de siniestro equívoco. Parece que a la imagen se le han borrado todos sus caracteres, salvo el detalle a menudo banal que sirve como pretexto al lema, es decir que cada uno de sus caracteres traduce una palabra del texto, lo que conduce al mismo efecto. "El lector decepcionado, al no encontrar sino lugares comunes revestidos con un atuendo transparente, empieza a preguntarse, sin mayor razón, qué presunción colocó semejantes nimiedades bajo la tutela de la Esfinge"». (4)
Más adelante agrega, para rematar la idea: «Este arsenal de imágenes servirá para alimentar en los siglos sucesivos, y hasta el día de hoy, esas muy diversas invenciones que son clasificadas en la ambigua categoría de lo fantástico. Como dice Hello: "En una palabra: lo fantástico es una parodia del simbolismo."» (5)
Ahora bien, si se entiende que la moderna francmasonería constituye una concreción tardía del humanismo renacentista (y nada parece haber que demuestre sólidamente lo contrario) cabe preguntarse si en la misma existe un orbe simbólico devaluado en emblemas que se traduzcan en máximas morales humanísticas. O lo que es lo mismo: ¿es la Francmasonería moderna una parodia del simbolismo?
Para dar respuesta a este interrogante conviene ir adentrándonos en tierras masónicas lentamente, pues un paso en falso nos puede conducir a conclusiones aún más extraordinarias que el fantástico mundo que muchos imaginan de la orden. Así, en primer lugar, circunscribimos el tema a lo relacionado con la masonería simbólica estructurada en sus grados de Aprendiz, Compañero y Maestro. La masonería de los Altos Grados o Filosófica, merece una serie de consideraciones y precisiones que nos alejaría demasiado del tema central que queremos abordar en este modesto post.
En segundo lugar, merece destacarse el hecho que bajo el término «símbolo» la francmasonería compendia una serie de representaciones ideográficas en general que incluyen no sólo símbolos, sino signos, alegorías, emblemas, leyendas, etc. Por lo que quien decida incursionar metódicamente en la densa selva ideológica de la Orden (6) deberá tener siempre en claro y con la mayor precisión posible cuándo se está frente a un símbolo estrictamente hablando o bien frente a un símbolo genérico, cuando no frente a una representación que, de acuerdo a un determinado contexto ritualístico, pueda encajar en ambas categorías.
Finalmente, y para agregar algo más de complejidad a la cuestión, la combinación de estos elementos ideográficos se entrecruzan durante un proceso litúrgico de carácter discursivo y progresivo, de acuerdo al grado simbólico correspondiente.
Bajo estas consideraciones, urge clarificar la cuestión planteada. El proceso puede redundar en un avance en el conocimiento real de la orden francmasónica y sin duda constituir un pequeño aporte para preservar la seriedad de una institución asaz valiosa para el humanismo del S. XXI, siempre amenazada por interpretaciones que se erigen como un reflejo simiesco de su verdadera naturaleza bajo la pompa de una parafernalia desvirtuada, de un carnaval grotesco, de un humanismo de cotillón.
1- Calasso, Roberto, «Los Jeroglíficos de Sir Thomas Browne», trad. de Valerio Negri Previo, Juan Carlos Rodriguez Aguilar, México, FCE, 2010, Cap. III, «Hieroglyphice Loqui», pág. 52 y ss.-
2-Op. cit., pág. 69.-
3- Idem, pág. 67.-
4-Idem.-
5-Idem, pág. 69.-
6-Densidad variable según el barroquismo del Rito o tradición a la que sus grados simbólicos adscriben.
Comentarios
Publicar un comentario