John Toland y su "esoterismo" panteísta, a propósito de cierto ocultismo en masonería.
Debo
al Círculo de Estudios del Rito Moderno Röettiers de Montaleu el feliz hecho de
haber conocido al autor del Blog “La Imprenta de Benjamín”, quien constantemente pone
a disposición de los masones hispanoamericanos traducciones de valioso
contenido del orbe masónico de habla inglesa.
Uno
de estos aportes definitivos lo constituye su precisa traducción del
“Pantheisticon” de John Toland[1], muy
en boga desde que la historiadora Margaret Jacob lo ubicó entre los
antecedentes obligados de la francmasonería de cuño iluminista, lo que generó
un interesante debate en torno a la legitimidad de dicho aserto.
Pero,
sin querer entrar en tal debate, cito de dicha obra un par de referencias en
torno al valor de lo “esotérico” versus
lo “exotérico” a fin de echar algo de luz sobre una materia que, en ocasiones,
amenaza en ubicar a la Orden
francmasónica en un reducto meta-racional, irracional o francamente ocultista.
El
valor de las ideas que se citarán del “Pantheisticon” de Toland no residen
tanto en su cualificación para ser tenidos o no como antecedentes de una
masonería iluminista sino en su ejemplaridad de lo que en los albores de la
masonería moderna se tenía por “esotérico” y “exotérico”, cuya cercanía con el
racionalismo en boga tiende a desvincular del plano de la filosofía aquellos
tópicos que la relacionaran con las operaciones mágicas de John Dee y sus
seguidores y, en cambio, la acercan a una concepción más propia a las ideas
racionalistas del S. XVIII.[2]
John
Toland adscribe a una filosofía dual (esotérica/exotérica), la cual es expuesta
en la última parte del texto de marras a modo de apología:
“Pero quizá pueda serle imputado a los
panteístas como un error, el abrazar dos doctrinas, una exterior (exotérica) y
popular ajustada en cierta medida a los prejuicios de la gente o a las
doctrinas públicamente autorizadas de la verdad; la otra, interna o filosófica
(esotérica), conforme a la naturaleza de las cosas y por lo tanto verdadera en
sí misma: más aún por proponer este secreto filosófico, desnudo y completo, sin
enmascarar y sin las tediosas circunstancias de las palabras, en lo más
profundo de una Cámara reservada solamente a hombres de consumada probidad y
prudencia”.
Como
se ve, lo esotérico está dirigido a la indagación racional de la naturaleza de
las cosas, que implica profundizar en la visión superficial que se tiene de la naturaleza (basada en supersticiones, prejuicios, etc.) hasta desentrañar el secreto de la misma. La verdad no será otra cosa
que la adecuación de la recta razón a la naturaleza de las cosas.
En
la Tercera Parte
del Pantheísticon leemos:
“La recta razón es la única ley verdadera,
una ley acorde a la naturaleza, que se extiende a todo, consistente en sí misma
y eterna.
Una ley que llama a
los hombres al control y los aparta del fraude y lo prohibido.
Una ley que permite o prohíbe,
nunca en vano, a lo honesto, y por el contrario, al permitir o prohibir
desplaza lo deshonesto.
Esta ley no puede ser
alterada por otras leyes, derogada en algún precepto, ni abrogada enteramente.
Ni con el Senado o el Pueblo podemos
exceptuarnos de tal ley, no necesitamos intérpretes que la expliquen y no es
diferente en Roma que en Atenas, ni diferente ahora que mañana, sino la misma
ley, eterna e inmortal en todos los tiempos y naciones.
Hay uno solo, por así
decir, amo y gobernador de todo, Dios, el inventor, árbitro y dador de esta
ley: aquel que no obedece esta ley es su propio enemigo, estará burlándose de
la naturaleza del hombre y por tanto sujeto a los más grandes castigos a los
que es difícil que escape.”
La
claridad del texto nos exime de mayores comentarios acerca del alcance del
esoterismo como filosofía racional tendiente al discernimiento de la naturaleza
de las cosas, y de la razón como su método adecuado.
Los
masones podríamos con serena honestidad relacionar estos textos selectos con la
figura de un Gran Arquitecto del Universo, causa de la naturaleza y autor de la
razón humana que, por universal y eterna, justificaría la inmortalidad del alma
y la apoteosis del hombre dando contenido a aquel humanismo propio del S. XVIII
que la masonería moderna adoptó como suyo. Pero la finalidad de su selección
quiere limitarse a señalar una posible fuente de lo que, en los años de la
incipiente masonería moderna, se tenía por conocimientos esotéricos.
Si
la masonería moderna adoptó esta visión, es cosa que debe probarse con mayor
esmero. Pero si lo hizo, no cabe duda que resultaría de no poco provecho
indagar el proceso por el cual, usando (o abusando) de la libertad propia de la
dialéctica masónica, en ciertas ocasiones la historia de la Orden osciló entre la
filosofía y el ocultismo o se afincó decididamente en un ocultismo que quizá no
se compadeciese con sus reales orígenes y justo alcance.
Probablemente,
el estudio de estas oscilaciones no sea otra cosa que la historia del diálogo
entre la recta razón y la imaginación, esa “loca de la casa”, como a Santa Teresa gustaba
llamarle.
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