Platón: Luz, Sol y Ojo.

     

    Insistir sobre la vinculación del platonismo con la francmasonería puede ser visto como una obsesión, en tanto que la re-interpretación de tales ideas a cargo de los filósofos neoplatónicos de la modernidad puede derivar en un árbol cuya ramificación puede acarrear la locura a cualquier obsesivo. 

     Pero a riesgo de tal destino, considero útil citar textualmente las palabras de Platón sobre un tema que, cuando es pasado por alto sólo alimenta un misterio innecesario, y cuando se lo intenta abordar desde los estudios masónicos termina uno indigestándose con una gran variedad de ideas irracionales, quizá por lo difícil que siempre ha sido dominar la imaginación con las riendas de la razón; empresa ésta que suele empapelar la oscura buhardilla de la pereza que muchos dan en llamar "misterio" (con perdón de la circularidad del párrafo).

     El tema en cuestión se refiere a tres símbolos estrechamente vinculados en masonería: la Luz, el Sol y el ojo, y cuyo muy probable génesis masónico puede encontrarse en los textos platónicos de La República, particularmente en su libro VI. Dejo al lector que saque sus conclusiones. Al cabo de las cuales, si gusta, puede adicionarle ciertos matices cristianos (particularmente de la Reforma), un poco de neoplatonismo renacentista y algo (no mucho) del iluminismo rosacruz (eso sí, siguiendo la interpretación de Frances Yates (1) y no las fantasías vulgares) y tendrá una idea más o menos acabada de cómo vinieron a dar a la masonería estos símbolos. Si el experimento no marra, se verá el profundo trasfondo filosófico que trasuntan para fundar el método científico, tan caro a la orden.



"—¿Has observado, que el autor de nuestros sentidos ha
hecho un gasto mayor para el órgano de la vista que
para los demás sentidos?
—No.
—Pues bien, nótalo. ¿Tienen el oido y la voz necesidad
de una tercera cosa, el uno para oir, y la otra para ser
oida, de suerte que, si esta tercera cosa llega á faltar, el
oido no oirá ni tampoco la voz será oida?
—De ninguna manera.
— Creo, que la mayor parte dé los demás sentidos,
por no decir todos, no tienen necesidad de un medio semejante.
¿Hay alguna excepción?
—No.
—Pero respecto de la vista, ¿no concibes que no puede
percibir el objeto visible sin el auxilio de una tercera cosa?
— ¿Qué quieres decir?
—Quiero decir, que aun cuando los ojos estén bien
dispuestos y se los aplique á su uso, y el objeto tenga
color, sin embargo, si no interviene una tercera cosa destinada
á concurrir á la visión, los ojos no verán nada y
los colores serán invisibles.
—¿Cuál es esa cosa?
—Lo que llamas luz.
—Tienes razón.
— El sentido de la vista tiene, por lo tanto, una gran
ventaja sobre los demás, que es la de estar unido á su
objeto por un lazo de muchísimo valor, á no ser que se
diga que la luz es una cosa despreciable.
—Está muy distante de serlo.
—De todos los dioses, que están en el cielo, ¿cuál es
aquel cuya luz hace que nuestros ojos vean mejor y que
los objetos sean vistos?
—En mi opinión, como en la tuya y en la de todo el
mundo, es el sol.
— Mira si la relación que une á la vista con este dios
es tal como voy á decir.
— ¿Cómo?
—La vista, lo mismo que la parte en que se forma y
que se llama ojo, no es el sol.
—No.
— Pero de todos los órganos de nuestros sentidos, el ojo
es, á mi parecer, el que más relación tiene con el sol.
—Sin duda.
—La facultad que tiene de ver ¿no la posee como una
emanación, cuya fuente es el sol?
—Sí.
—Y el sol, que no es la vista, pero que es el principio
de ella, es percibido por la misma.
—Es cierto.
—Pues ten en cuenta, que cuando hablo de la producción
del bien, es el sol del que quiero hablar. El hijo tiene
una perfecta analogía con su padre. El uno es en la esfera
visible con relación á la vista y á sus objetos, lo que
el otro es en la esfera ideal con relación á la inteligencia
y á los seres inteligibles.
— ¿Cómo? te suplico que me expliques tu pensamiento.
—Sabes que cuando se dirige la vista á objetos, que no
están iluminados por el sol y sí sólo por los astros de la
noche, apenas se los puede distinguir; parece uno casi
ciego, y la vista no está clara.
—Así sucede.
—Pero cuando se miran los objetos iluminados por el
sol, se los ve distintamente y la vista es muy clara.
—Sin duda.
—Lo mismo sucede respecto al alma. Cuando fija sus
miradas en objetos iluminados por la verdad y por el ser,
los ve claramente, los conoce y muestra que está dotada
de inteligencia; pero cuando vuelve sus miradas sobre lo
que está envuelto en tinieblas, sobre lo que nace y perece,
su vista se turba, se oscurece, y ya no tiene más que opiniones,
que mudan á cada momento; en una palabra,
parece completamente privada de inteligencia.
—Así es.
— Ten por cierto, que lo que derrama sobre los objetos
dé las ciencias la luz de la verdad, lo que da al alma la
facultad de conocer, es la idea del bien, que es el principio
de la ciencia y de la verdad, en cuanto caen bajo el
dominio del conocimiento. Por bellas que sean la ciencia
y la verdad, puedes asegurar, sin temor de engañarte,
que la idea del bien es distinta de ellas, y las supera en
belleza. Y así como en el mundo visible hay razón para
creer que la luz y la vista tienen analogía con el sol,
pero seria falso decir que son ellas el sol; en la misma
forma en el mundo inteligible pueden considerarse la ciencia
y la verdad como imágenes del bien, pero no habría
razón para tomar la una ó la otra por el bien mismo,
cuya naturaleza es de un valor infinitamente más elevado."(2)





(1) Yates, Frances, El Iluminismo Rosacruz, FCE, México, 1999.-
(2) El texto corresponde a la antigua traducción de Patricio de Azcárate, Obras Completas de Platón, T. VIII, Madrid. pág. 43 y ss.-


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